jueves, 27 de junio de 2013

VÍCTOR TRUVIANO, RETRATO DE UN SER EXCEPCIONAL (3): LA METAMORFOSIS



Las bondades (nutricionales, médicas, espirituales, …) del ayuno son de sobra conocidas. No obstante, su nivel de exigencia hace que siga siendo una terapia minoritaria, asociada a los rigores de un misticismo de ascética exigencia. Los evangelios cuentan que Jesús ayunó cuarenta días en el desierto, exactamente el mismo periodo que se dice que cumplió Mahoma (el plazo, además, que los médicos afirman que el organismo humano puede resistir antes de que empiecen a aparecer daños orgánicos). Buda experimentó los más severos ayunos antes de optar por la “vía intermedia”. La experiencia extrema de estos maestros sirvió para manifestar su potencial espiritual y les puso en la senda de la transformación, no ya de su persona, sino de la vivencia espiritual de todo el planeta. El ayuno ha sido la vía regia hacia la interioridad del alma.

Desde el momento en que Víctor convirtió en permanente su ayuno comenzó un sorprendente proceso de transformación que nada asegura que haya terminado: recuperó visión (era miope); le brotó una dentadura nueva, blanca y deslumbrante (el proceso, eso sí, le resultó el mas doloroso que dice haber experimentado en esta existencia); le creció el cabello, que antes empezaba a escasearle, … En definitiva, su cuerpo experimentó un completo proceso de regeneración que le ha deparado una apariencia andrógina y de una extraña belleza. Delgado, pero ágil, tiene, sin lugar a dudas, el físico ideal para interpretar a un ser extraterrestre de los que se nos dice que son benefactores de la humanidad, dado que ésta es su condición, y que el término “humano”, que nos define a ti y a mi, querido lector, no le es aplicable al mismo nivel a Víctor. Habría que inventar una categoría léxica nueva para referirnos a ciertos seres trascendidos: Nicolás Flamel tras haber alcanzado la inmortalidad por la vía de la alquimia, Jesús transfigurado ante sus discípulos, Prahlad Jani sumido en su autosuficiente indiferencia; … La etiqueta “pránico” o “respiracionista” -analizaremos ambos términos- no deja de ser una convención con la que poder “manejar”, mediante la magia del lenguaje, unos hechos que dinamitan la lógica que rige nuestro pensamiento.

Víctor es humano en su apariencia, pero un ser angélico en su esencia. Las mejores cualidades del niño y del adulto se dan cita en él: inocencia, humor, sentido de la responsabilidad, … Es, además, la persona más amable con la que he tratado nunca.

Su presencia nunca pasa desapercibida. Emana un atractivo que resulta fascinante para unos y desasosegante para muchos. En los aeropuertos, en los que pasa mucho tiempo en su constante peregrinaje por el mundo, es frecuentemente escudriñado e interrogado por circunspectos funcionarios ante los cuales resulta siempre sospechoso de no se sabe bien qué. Y de la hostilidad que puede llegar a despertar da fe un violento suceso: durante una charla en su Argentina natal fue súbitamente apuñalado en el pecho por un exaltado. Sus heridas tardaron apenas 72 horas en curar. Una vez repuesto, pidió la liberación de su agresor, contra el cual no interpuso denuncia alguna.

Su existencia es un desafío. Que un ser como él se mantenga vivo demuestra que el cuerpo puede adaptarse a una supresión absoluta del alimento. Del alimento material, habría que matizar, puesto que el cuerpo necesita nutrientes, solo que, en determinados casos, éstos pueden ser tomados directamente de la atmósfera, donde se encuentran en suspensión en forma de “prana” (energía vital, “chi” o “ki”) de un modo similar a como se encuentra el plancton en los océanos.

Víctor afirma absorber la energía vital que su cuerpo necesita a través del séptimo chakra, situado en la coronilla. También se baña constantemente en agua muy caliente, absorbiendo a través de los poros de la piel la gota de agua diaria que dice necesitar. Su dependencia fisiológica del exterior se ha reducido al agua y a la luz. Fue su búsqueda de fuentes de agua pura lo que le ha llevado a fijar su residencia en Finlandia, el país de los lagos, después de muchos años habitando en la naturaleza en Nueva Zelanda.

Curiosamente, no es partidario del “sungazing” (observación directa del sol al salir o ponerse, para obtener de él salud y equilibrio), la técnica ancestral recuperada y difundida por Hira Ratan Manek. En su dia me sorprendió ver que algún internauta socarrón hizo uso de unas fotos que tomé a Víctor en el proceso de San Vicente de Piedrahita en 2011 para un montaje de ¡tres vídeos! en los que se "enfrenta" en ruda lucha cuerpo a cuerpo con Ratan Manek. Me consta que Víctor los celebró humorísticamente y, a día de hoy, siguen siendo accesibles en YouTube.

El pranismo, tal como Víctor lo difunde, es otra cosa. No se trata de dejar de alimentarse ni de mejorar la apariencia. Es más bien el resultado final de un trabajo interior cimentado en la meditación, la importancia de la respiración y el cambio de actitud interna hacia la realidad y hacia nosotros mismos.

Al final de este camino, el ser espiritual que somos se desprende de forma natural de sus necesidades y accede a un plano de pura presencia, sin depender ya de nada más que lo que el presente nos regala.

(En breve, la cuarta entrega de esta serie)

lunes, 24 de junio de 2013

VÍCTOR TRUVIANO, RETRATO DE UN SER EXCEPCIONAL (2): LA MUTACIÓN



A veces el Universo “baja” información a través de un cuerpo físico, sin mediación de la mente. Es algo que Víctor experimentó desde su infancia, en la que con frecuencia entraba en un trance que lo “desconectaba” del Universo inmediato, sin que por ello entrara en un estado de inconsciencia. Sencillamente, recibía lo que él llama “transmisiones”, mensajes que el Universo le daba y que se manifestaban a la par que una absoluta indiferencia hacia el alimento. Para los médicos era “el niño que no comía”. El comparaba su vivencia de la realidad con la plenitud del niño que juega, ajeno al horario -y a la necesidad- de las comidas.

Su niñez estuvo marcada por su condición de prodigio del violín. Dio su primer concierto público con nueve años. Practicaba una media de diez horas al día, lo que le convirtió en un ser enormemente solitario. Exiten videos de YouTube que atestiguan su virtuosismo. Y, no obstante, con su transformación interior se dio también su apartarse de la música. “Soltó” el violín, y con él, el nombre con el que era conocido por entonces, su segundo nombre, Fabián. Fue Víctor en la búsqueda de personas para él desconocidas que acudían a su encuentro para acceder a las “transmisiones” que recibía, a ellos destinadas.

Ocurrió en su Capilla del Monte (Argentina) natal, tras su año de retiro a la montaña como un eremita del paleocristianismo, como Heráclito en su soledad, como el Zaratustra de Nietzsche. En sus alturas sólo ingería zumos vegetales, hasta que su cuerpo comenzó a rechazarlos, lo que le llevó a alimentarse sólo de infusiones. En sus últimos dos meses en la montaña solo tomaba agua, para descubrir -la expresión es suya- que “nada es tan pesado como el agua”. Al final su estómago actuaba como un órgano autista, capaz solo de manifestar enojo cuando era molestado.

Es un hecho que la mayor parte de nuestra energía corporal es monopolizada por los procesos digestivos. Liberada de la sujeción a la actividad metabólica por la que asimilamos los nutrientes contenidos en el alimento, esa energía queda disponible para procesos inéditos del organismo, procesos que todo el que ha emprendido un ayuno consciente ha experimentado. Victor vivió esos procesos como una “simplificación”: su cuerpo se puso al servicio de una conciencia increíblemente nítida y viva.

Purificado por su ayuno, Víctor comienza a recibir “transmisiones” nuevamente. Su ser se expande y se abre a informaciones que se resisten a ser puestas en palabras: “Tengo presentes todos mis recuerdos, todas mis vidas, desde el momento en que salí de la luz hasta ahora”. En estado de trance, accede a mensajes que carecen de significado para él, pero que cuida de poner por escrito. Llega a pasar tres días inerte bajo un árbol, aparentemente desmayado.

Al cabo de los días, empiezan a presentarse en su lugar de retiro gentes venidas de distintos lugares del planeta, desconocidos que preguntan por un tal “Víctor” que tiene mensajes para ellos. Es así como Fabián se convierte en Víctor, como el violinista prodigioso se convierte en el ser pránico que fascina a cuantos le conocen. Ahí empieza su compartir.

“La gente quería que le compartiera no sé qué cosa”. Un poco dejándose llevar, acaba por volver a la vida pública. Yo no es su música lo que transmite, sino el gozoso mensaje de que la mera existencia nos da todo lo necesario en cada momento, y que basta con aceptar ese don para ser pleno.

Hay un “Víctor” mesiánico después de su retiro, animado por la certeza de que su misión es dar a conocer el proceso en que se halla, facilitando a otros el acceso al estado de no-separación. Entrando en conciencia a través del ayuno se puede ver la propia vida en forma objetiva, descubrir la forma en que tendemos a atrapar emociones y anquilosarnos. El proceso es un proceso de integración, de no-discriminación. La llave que abre este estado no es dada tanto por lo que en él aparece como por lo que en él desaparece, se eclipsa, pierde su poder sobre nosotros.

Nuestro A.D.N. es información. Nuestras células configuran una red de memoria que nos constituye. Víctor afirma la posibilidad de reprogramar conscientemente esos archivos internos. Si somos lo que somos en virtud de esas memorias, el cambio en su estructura conlleva otros cambios a nivel físico. La clave para producirlos es la elevación del nivel de conciencia que produce la supresión del alimento.



(En breve, la continuación de esta serie de artículos)

viernes, 21 de junio de 2013

VÍCTOR TRUVIANO, RETRATO DE UN SER EXCEPCIONAL (1): LA ANOMALÍA



“Hacemos lo que somos”.

Es una de las sintéticas y concisas afirmaciones que brotan de los labios de Victor, intercaladas por largos silencios y afables sonrisas. Como el Funes de Borges, vive en un presente pleno de percepciones, centrado en cada sensación actual, sin ceder a la distracción de recordar el pasado o prever minuciosamente el futuro. Su plenitud es constante y permanente.

Afirma no tener mucha conciencia del tiempo. Las rutinas que nos urgen a la mayoría, sometiéndonos a la tiranía de un horario, no le atan en modo alguno: trabajo monótono, vida social, comidas, … menos que nada las comidas. Porque -y es lo que le ha convertido en una celebridad a los ojos de gente subyugada por lo espectacular- ya va para ocho años que no ingiere alimento alguno. Es inaceptable para muchos, e incomprensible para todo el que se lo plantea, pero Victor Truviano es un espíritu angélico que habita en un organismo autótrofo, algo inesperado en la especie humana, aunque no del todo inédito, como veremos en su momento.

Esa circunstancia, inconcebible para quienes aceptan como indisociable la dupla nutrición-supervivencia, no responde a ningún deseo ni proyecto cumplido. Sencillamente, cuando dejó de sentir apetito, obró en consecuencia.

“No me preocupa no tener una explicación para esto. Sencillamente, me sucede -afirma-. Tendrán que ser los médicos quienes lo expliquen”.

Solo que los médicos -alguno de los cuales empezó considerándole una anomalía y acabó por fraguar una duradera amistad con él- ignoran qué explicación puede dar cuenta de su extraordinaria condición. Lo que sucede es lo que hay que aceptar. Y, como añade maliciosamente, “nada es mejor que otra cosa”.

Su extraordinaria liberación de la servidumbre que impone el alimento le ha conducido también a desligarse de los ritos sociales que construimos en torno al comer. Sin conversaciones de sobremesa (“Nunca hablo por hablar”), sin horarios, vive en una espontaneidad infantil y dichosa, un estado en el que el único deber parece ser el de compartir su don, don que no es el ayuno permanente -“nunca recomiendo a nadie que busque el dejar de comer”-, sino en el vivir en la conciencia pránica, la conciencia de la “no-separación”, como él denomina su estado interior.

Posiblemente, ese estado es el que los místicos de todas las tradiciones han buscado con afán. Por expresarlo en la vaga terminología de una sensibilidad “new age” que intuye la plenitud espiritual, pero es incapaz de diseñar un proyecto que conduzca a ella, Victor “está conectado”. Conectado con ese eje que revela nuestro lugar en el Todo y que se ha denominado alternativamente Tao, espíritu, Universo, Luz, Dios, Amor, Ser, … y que él, renuente a las grandes palabras sobrecargadas de connotaciones, no etiqueta, y llama, simplemente, “la Cosa”.

Ese rechazo a los presupuestos y a las categorías culturales del interlocutor para preferir las palabras sencillas y “neutras” es uno de los rasgos de Victor que más desafía la racionalidad al uso. Incumple sin culpabilidad la cortesía de someterse a las convenciones del lenguaje que nos permiten esa comunicación aceptable que antepone la eficacia a la veracidad. Declara no saber aún muy bien qué es “lo espiritual”. Prefiere hablar de “lo álmico”, sin molestarse en definirlo. Su modo de expresarse -hablar de su “discurso” desfiguraría su intención- es de una desarmante ingenuidad. Traduce su relectura “a posteriori” del prodigio que “la Cosa” ha obrado en él mediante expresiones (“retroalimentación celular”, “reprogramación neuronal”, …) que, sin duda, podrían ser mejoradas. Pero Victor no es un científico ni un estratega. Pedirle que concrete su vivencia sería inútil. El, sencillamente, experimenta a cada instante lo que la mayoría simplemente anhelamos. Podemos decidir que se contradice o que contradice a la razón occidental. Él nunca convertiría en un problema el diferenciar ambas posibilidades.

Tampoco rinde pleitesía al exceso de sentimentalismo al que gusta de entregarse la mayoría. Victor es un ente neutral, sin emoción, y, en consecuencia, impersonal. “Es ahí cuando puedo observar realmente cuál es mi función”. El estado de “no-separación” es también un estado de “no-emoción”. Es en ese estado cuando “la Cosa” se manifiesta con claridad.

Victor acepta su comunicación con esa esencia divina con absoluta naturalidad. El alma, sin distracciones ni apegos, está de suyo en “no-separación”, en “no-emoción”, y “eso es completo Amor”. El Amor no es sentimiento, es otra cosa, aunque el sentimiento pueda aproximarnos a él, pero solo a veces, porque “a través de un sentimiento puedes llegar a matar a alguien”. Los sentimientos senti-mienten, mienten a nuestro sentido interno.

Y, pese a ese rechazo de un sentimentalismo sobrevalorado por quienes ignoran lo que son y solo imaginan lo que podrían ser, afirma que el Universo cortó en él la posibilidad de ingerir alimento porque la comida “tapaba emociones”.

La emocionalidad fue un eslabón de su proceso, pero no la meta.

(En breve, la continuación de esta serie de cinco artículos)